El cofundador de Solana, Anatoly Yakovenko , encendió un nuevo debate sobre la arquitectura de las soluciones de escalabilidad en Ethereum.
En una serie de comentarios difundidos por Wu Blockchain, el desarrollador argumentó que las Layer 2 (L2) y los puentes como Wormhole comparten un mismo riesgo estructural: las firmas múltiples («multisig») capaces de actualizar contratos y mover activos sin conocimiento de los usuarios.
El planteamiento de Yakovenko no se centra en los detalles técnicos de cada proyecto, sino en un principio más profundo: el control de las llaves.
Según explicó, si un grupo limitado de validadores o administradores tiene la potestad de modificar el contrato principal o el puente de custodia, la descentralización y la seguridad quedan comprometidas.
En sus palabras, los multisig definen quién tiene la autoridad real sobre el secuenciador, y en consecuencia, sobre los fondos.
Un debate que va más allá del código
Yakovenko respondió a una visión defendida por el abogado Gabriel Shapiro, conocido por sus aportes en materia de gobernanza descentralizada, quien sostiene que una estructura más compleja puede aumentar la seguridad.
Sin embargo, el fundador de Solana lo rechaza: ningún modelo de gobernanza compensa el hecho de que un conjunto de llaves externas tenga el poder de mover activos sin el consentimiento de los usuarios.
Este argumento reaviva una tensión recurrente en el mundo de las L2: la promesa de heredar la seguridad de Ethereum frente a la realidad de depender de mecanismos adicionales de validación.
Rollups optimistas o ZK, independientemente de su diseño, suelen requerir un secuenciador centralizado o un multisig con capacidad de emergencia para revertir transacciones, actualizar contratos o corregir errores. En teoría, esto otorga flexibilidad; en la práctica, introduce riesgo de confianza.
L2, puentes y el riesgo de las llaves externas
Los puentes interchain son otro punto débil. Históricamente, han sido víctimas de hackeos que derivaron en pérdidas multimillonarias, muchas veces por vulnerabilidades en los contratos o por fallas humanas dentro de equipos con poder de firma.
Yakovenko subraya que ese mismo vector de riesgo está presente en las L2: el control no está disperso entre miles de validadores, como en Ethereum, sino concentrado en pocas manos.
De ahí su advertencia: si la seguridad de la capa base depende de un pequeño grupo de llaves, el sistema no hereda verdaderamente la robustez de Ethereum. Por más sofisticados que sean los algoritmos de rollup o los mecanismos de disputa, el control último reside en los operadores del multisig.
Un llamado a la transparencia y al diseño sin confianza
El mensaje de Yakovenko no busca atacar a Ethereum, sino impulsar una reflexión crítica sobre el diseño de las infraestructuras de próxima generación. La escalabilidad no puede lograrse a costa del principio de «no confianza» que sustenta la blockchain.
Para los usuarios e inversores, la lección es clara: evaluar no solo las promesas técnicas de cada L2, sino también su modelo de control. Quién tiene las llaves, quién puede actualizarlas y bajo qué circunstancias.
En el fondo, Yakovenko plantea una pregunta que resuena en todo el ecosistema: ¿de qué sirve la descentralización si un pequeño grupo de personas aún puede mover tus fondos?


